Un viejo refrán afirma que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el ojo propio. Esta idea viene como anillo al dedo cuando nos referimos a las personas tóxicas. Somos capaces de detectar la manipulación, el engaño, la agresividad y la falta de compromiso de los demás pero cuando se trata de apuntar el dedo sobre nosotros, la vara de medir cambia.
Sin embargo, ¿de verdad nosotros nunca hemos esparcido sobre los demás nuestro malhumor, no nos hemos comportado como camiones de basura, no hemos manipulado a alguien para obtener algún beneficio? Es difícil creer que no, simplemente porque las personas perfectas no existen y nos otros también nos equivocamos.
El hecho de que no seamos manipuladores expertos al estilo de Maquiavelo, o que no funcionemos siempre en "modo queja" no significa que en determinados momentos no nos convirtamos en auténticos vampiros emocionales, que incluso sin darse cuenta, le roban la energía a quienes están a su alrededor.
El hecho de que no seamos manipuladores expertos al estilo de Maquiavelo, o que no funcionemos siempre en "modo queja" no significa que en determinados momentos no nos convirtamos en auténticos vampiros emocionales, que incluso sin darse cuenta, le roban la energía a quienes están a su alrededor.
Miramos más hacia afuera que hacia adentro
Claudio Naranjo, psiquiatra y candidato al Premio Nobel de la Paz, afirmó que “el mal de nuestra cultura es que mira más afuera que adentro”. Y también añadió que “la educación debería enseñarnos a mirar hacia adentro. Pero en vez de eso nos han criado para la ceguera”.
Sin duda, poner la responsabilidad fuera de nosotros es muy cómodo. La culpa es del empleado rígido o del que es demasiado permisivo, del compañero de trabajo incapaz o demasiado eficiente, de la pareja que no nos ama lo suficiente o que nos agobia, de la política o de los apolíticos… Siempre hay un buen culpable, un chivo expiatorio que nos ayude a liberarnos de la responsabilidad.
Sin embargo, mirar hacia adentro es mucho más complicado, ante todo, porque significa realizar un examen de conciencia, y lo que encontramos no siempre nos gusta. Estamos profundamente polarizados, aunque no nos damos cuenta, por eso los malos son los demás, y los buenos somos, obviamente, nosotros. Y preferimos obviar cualquier pista que ponga en entredicho esa imagen que hemos construido.
Por otra parte, mirar hacia adentro implica empezar a asumir nuestras responsabilidades, lo cual significa que comprendemos que podemos hacer algo, aunque sea pequeño, para mejorar. Y a veces eso, simplemente nos da pereza.
El autoconocimiento es un camino largo y duro, pero es importante ser conscientes de lo que uno experimenta, siente y expresa. Al inicio puede doler pero tomar conciencia de la agresividad, el dolor, el miedo o las inseguridades nos convierte en mejores personas.
¿Cómo alentamos las relaciones tóxicas?
A menudo no nos damos cuenta pero cada vez que asumimos el papel de víctimas, nos estamos negando a tomar cartas en el asunto. Al darle la responsabilidad al otro nos negamos a actuar y, como resultado, elegimos el sufrimiento. Es como si nos entregáramos tranquilamente al verdugo.
En el caso de las relaciones tóxicas es lo mismo. En toda relación existen dos roles, por lo que, de cierta forma, también nosotros somos responsables de cómo nos tratan los demás. Por ejemplo, alimentamos una relación de pareja tóxica cada vez que le damos pruebas a la otra persona de nuestra fidelidad cuando esta se muestra celosa sin sentido. Alimentamos una relación tóxica cada vez que le prestamos una atención excesiva a un amigo victimista, cada vez que nos compadecemos de él sin hacer nada para salir de su estado. Alimentamos una relación tóxica cada vez que cedemos, nos adaptamos o nos mostramos sumisos ante una persona dominante y agresiva.
Por supuesto, en algunos casos no podremos cambiar las actitudes y comportamientos de esa persona. Pero podemos decidir si caer o no en su juego.
La autotoxicidad también es dañina
Hay personas que crean una tormenta en un vaso de agua y después se quejan porque llueve. De hecho, hay quienes cuidan mucho sus relaciones interpersonales y siempre están pendientes de respetar al otro y no dañarles, pero se olvidan de sí mismos. Como resultado, esa toxicidad no se expresa, sino que la guardan dentro de sí.
Por eso, también es importante asegurarnos de no expandir esa autotoxicidad. Y te comportas de manera tóxica contigo mismo cuando:
- Te quedas al lado de una persona que te menosprecia y te trata mal.
- Te recriminas por tus errores o eres demasiado exigente contigo mismo.
- No atiendes tus necesidades y no te atreves a pedir lo que deseas.
- Ignoras tus emociones y, en vez de comprenderlas, decides reprimirlas.
- Solo te centras en lo negativo y adoptas una actitud pesimista.
- No reconoces tu valor y dejas que sean los demás quienes te valoren.
¿Qué hacer?
Quizá no siempre podamos evitar comportarnos de forma tóxica porque llevamos sobre nuestras espaldas demasiados condicionamientos. Sin embargo, podemos hacer conscientes esos comportamientos y pedir disculpas, a los demás o a nosotros mismos, según sea el caso.
Mirar hacia adentro siempre vale la pena. Y hacerlo con humildad es aún mejor.
Fuente:
(2016) Tú también eres una persona tóxica. En: BCN Gestalt.
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